sábado, 6 de diciembre de 2008

8 de Diciembre - La Inmaculada Concepción de la B. V. María


Habiendo Dios decretado desde toda la eternidad que MARÍA fuese Madre del Verbo encarnado (Ep.), quiso también que ya desde el primer instante de su concepción quebrantase la cabeza del dragón infernal y así “vistió galas de santidad” (Intr.), y “preservando su alma de toda mancha, hizo de ella una digna morada para su Hijo” (Orac.).

Desde el siglo VIII se celebra ya en Oriente la fiesta de la “Concepción” de la Virgen el 9 de diciembre; en Irlanda en el siglo IX se celebraba el 3 de mayo; y en Inglaterra en el siglo XI el 8 de diciembre. Los benedictinos con SAN ANSELMO y los franciscanos con ESCOTO (+1303), contribuyeron a que se generalizase la Fiesta de la “Inmaculada Concepción”, celebrada ya desde 1128 en los monasterios anglosajones.

El 8 de Diciembre de 1854 el Beato Papa PÍO IX definió oficialmente tan gran dogma, haciéndose fiel intérprete de toda la tradición cristiana resumida en las palabras del Ángel: “Dios te salve, María, llena eres de gracia; el Señor es contigo, y bendita tu eres entre todas las mujeres” (Evang.).
Con toda verdad, pues, exclama el Verso del Aleluya: “Toda hermosa eres, María, y el pecado original no se halla en ti”.

Como la aurora anuncia el día, así María precede al astro divino, que presto iluminará a nuestras almas, y se presenta la primera en el ciclo litúrgico, como que ella es la que deberá introducir en él a su Hijo.

Como gracia propia de esta Fiesta de la Inmaculada, pidamos a Dios “que nos sane y libre de todos los pecados” (Secr.-Posc.) para que, de ese modo, nos hallemos dispuesto a recibir en nuestros corazones a JESÚS, cuando en ellos se presente el día de Navidad.

¡Oh VIRGEN INMACULADA! El Señor te escogió desde el principio y te adornó preparando su morada. Te remedió de un modo singular,, por medio de su gracia preservativa, del pecado de origen en que todos los hijos de Eva nacemos. Míranos cargados de culpas propias, VIRGEN sin mancilla, y no consientas que los hijos sean tan disímiles de su madre, tan santa y tan pura.

Editó Gabriel Pautasso
Instituto Eremita Urbanus



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