sábado, 28 de junio de 2008

Invitación al Cristocentrismo

Redescubrir a Jesús de Nazaret, Señor y Cristo, como el verdadero centro de la historia de la humanidad, de la vida y de la Iglesia, es una necesaria consecuencia, y también causa, de la vida de cada cristiano, sería el verdadero “cambio antropológico”.

Por don Nicola Bux y don Salvatore Vitiello


El destacar, a veces unilateralmente, el elemento humano y su centralidad incluso cuando “se hace teología”, tiene sus raíces en una relación mal entendida, casi de oposición, entre las legítimas y absolutamente irrenunciables aspiraciones del hombre y las también legítimas “exigencias” de Dios.

Paradójicamente, más de dos mil años de Cristianismo aún no han inmunizado suficientemente al hombre, y lo que piensa de Dios, de la tentación de concebirse en “oposición” al propio Creador, como si la plenitud de sí mismo, la propia realización humana, debiese o pudiese darse “contra” o “sin” Dios.

En la doctrina católica, esta tentación, tiene un nombre antiguo, tal vez algo olvidado por una cierta predicación, pero absolutamente central para elaborar cualquier discurso teológico, antropológico, y moral: se llama pecado original.

La reflexión sobre este dato doctrinal, ampliamente presentada por el catecismo de la Iglesia Católica en los n. 396-409, invita a evidenciar como toda “antropología”, que pretende fundar de nuevo la teología partiendo únicamente del hombre, o de afirmar al hombre y sus exigencias, “contra” las presuntas “exigencias” de Dios”, corre el riesgo casi inexorablemente de transformarse en un “antropocentrismo”, que pone al hombre, solitario, al centro del cosmos, frustrando su natural apertura al Misterio infinito.

Por el contrario, el Cristocentrismo, parte del único punto de la historia en el que el conflicto entre hombre y Dios es totalmente superado, tanto en sí mismo como en cuanto efecto salvífico único y universal del sacrificio redentor de Cristo Señor, cuyos “frutos” son ofrecidos a la libertad de todos los hombres y que por ello es para todos los hombres.

Sería muy interesante si, después de muchos años desde el “cambio antropológico”, se pudiese finalmente tener un gran “cambio Cristológico”, hasta Cristocéntrico.

El Concilio Ecuménico Vaticano II ciertamente invita a toda la Iglesia a recorrer este camino y el reciente magisterio de los Pontífices tanto de Juan Pablo II como de Benedicto XVI invita constantemente al pensamiento, a la vida y al corazón de los fieles a reconocer y hacer propia esta centralidad.

Redescubrir a Jesús de Nazaret, Señor y Cristo, como el verdadero centro de la historia de la humanidad, de la vida y de la Iglesia, es una necesaria consecuencia, y también causa, de la vida de cada cristiano, sería el verdadero “cambio antropológico”.

El hombre sería profundamente iluminado, consolado, liberado: en una palabra, podría experimentar efectivamente aquella salvación que Cristo nos ha conquistado y que es ofrecida a la libertad de cada uno y, al mismo tiempo, la teología podría reencontrar su originaria vocación, tan luminosamente presente en los Padres de la Iglesia, de exponer los misterios de la salvación, en modo accesible y saludable para la inteligencia de la misma vida.

Ningún hombre se interesa más por el hombre que Cristo mismo: el Cristocentrismo es el verdadero “cambio antropológico” de la historia. Nunca antes el hombre estuvo tan “al centro” como con Cristo.

Agencia Fides

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