Habiendo Dios decretado desde toda la eternidad que MARÍA fuese Madre del Verbo encarnado (Ep.), quiso también que ya desde el primer instante de su concepción quebrantase la cabeza del dragón y así “la vistió galas de santidad” (Intr.) y “preservando su alma de toda mancha, hizo de ella una digna morada para su Hijo”. (Orac.).
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